Te has fijado alguna vez en cómo funciona la ley de Murphy: si subes a un taxi y muestras que no quieres hablar (auriculares puestos, rostro serio, mirada distante), seguro que te encuentras con un conductor deseoso de compartir una gran historia y saberlo todo sobre ti, desde tu fecha de nacimiento hasta el número de hijos que tienes. Por el contrario, si eres un conductor charlatán, te toparás con un introvertido huraño que te mirará severamente por el espejo retrovisor. Pero menos mal que las cosas no salen según lo previsto, porque si todos los viajes en taxi fueran tranquilos y sin aventuras, no habría historias que pueden mejorar tu estado de ánimo.