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El lenguaje secreto de los animales habladores

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mil tal Alex usó algunas de las palabras que sabía para hacer bromas a las personas que lo rodeaban y para influir en su ánimo o comportamiento; podía contar objetos y separarlos en categorías; en total, conocía más de cien expresiones. El tal Alex era un loro gris africano. Y es uno de los protagonistas de animales habladores, el ensayo de la filósofa holandesa Eva Meijer que acaba de publicarse acá y que recopila las últimas evidencias científicas (estos loros que hacen bromas o delfines que se llaman por su nombre) para demostrar que los animales se comunican entre ellos. Es una prueba también de la emergencia de una disciplina muy actual: la etología, o el estudio científico de la conducta animal, en una época en que tratamos a los pichichos como infantes.

 

El ensayo “Animales habladores” recopila las últimas evidencias científicas para demostrar que los animales se comunican entre ellos.

 

“Claro que hablan”, afirma Meijer: “El problema es que no los escuchamos”. El libro es fascinante porque los ejemplos (créase o no, los cantos de algunos pájaros tienen estructuras gramaticales) confirman que el afán humano por la superioridad siempre niega: la inteligencia animal existe. Es cierto: somos la raza superior de la naturaleza si medimos la capacidad para resolver problemas matemáticos y construir cosas (o hacer daño); pero si medimos el olfato perdemos contra los perros y si medimos la conciencia espacial nos ganan las palomas. “La inteligencia animal se mide desde hace mucho en función de la inteligencia humana”, relativiza Meijer y aclara que ese es un concepto viejo: ahora, la inteligencia biológica se interpreta como la facultad de afrontar los desafíos propios de cada especie (¿para qué querría un murciélago completar un crucigrama si puede intercambiar chismes con otros de su grupo?). Hace años que leo todo lo que llega a mis manos sobre el umweltel término creado por el biólogo alemán Jakob von Uexküll para definir el “automundo” de los animales: es inevitable concluir que cada vez que mi galga Fika huele el culo del caniche vecino Wilson y después le hociquea la trompa, justo antes de que él haga lo mismo con ella, en un minué repetido e invariable, se están diciendo algo.

 

Aun a riesgo de caer en el antropomorfismo, Meijer actualiza lo que sabemos de los animales: “Sus lenguajes también cuentan con estructuras complejas, pueden ser simbólicos y abstractos y referencia a situaciones del pasado, del futuro o bien fuera del alcance de los animales en algún otro sentido”. No intente interpretar ese barritar de los elefantes: en algún aspecto son más inteligentes que usted; tanto, que tienen una palabra propia para definir al ser humano y significa “peligro”.

 

Publicado en La Nación

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