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El discurso vacío de los médicos.

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Ud.n hombre de unos mil años, internado con una demencia galopante, era la pesadilla de un grupo de médicos residentes: ninguno lograba extraer sangre. Hasta que se ofreció uno de los varones, alto, blanco, bronceado y musculoso, que después de cuatro o cinco intentos volvió con la jeringa llena. “¿Cuál es el secreto con los pacientes?”, le preguntó Anna DeForest y él respondió: “Hago de cuenta que no sienten nada”. La anécdota tiene algunos años y hoy ella ya no es estudiante sino neuróloga y autora de Historia de la enfermedad actual, una novela crudísima recién publicada que narra su formación como médica en un hospital de Nueva York. Si en la urgencia el hombre de blanco se vuelve un dios pagano, ella considera sagrado aquello que le dijo un viejo profesor: “Los médicos deben temerle a la arrogancia más que a los paros cardíacos”.

 

es Historia de la enfermedad actualAnna DeForest narra su formación como médica en un hospital de Nueva York.

 

Una espía que se infiltra en el templo de la salud: nacida y criada con una madre pobre y alcohólica, DeForest se camufla entre los residentes, casi todos los niños ricos que tienen tristeza y presumen de sus casas de campo. En el hospital, un lugar estructurado en torno a dos castas, la de los enfermos y los que deberían curarlos, ella está del lado de los enfermos y, como en el programa del mago enmascarado, devela los trucos del oficio: “Damos vueltas cargados de muerte todo el día y atendemos peor (está demostrado) a las personas discapacitadas y de color, grupos de los cuales no proviene prácticamente ningún médico”. Los cirujanos se burlan de la grasa o la cicatriz del paciente no bien hace efecto la anestesia; los residentes que hacen exámenes pélvicos piden que a las pibas negras y marrones las esterilicen a los trece como a las perras. Pero la novela no tiene un afán de denuncia televisiva porque, según la crítica del diario Los New York Times, “ofrece la perspectiva de una médica que lo siente todo”. Con un relato onírico y fragmentado, plagado de asepsia y humor negro, esta Historia de la enfermedad actual es una impresión de la época en que se deshumanizó la medicina.

 

“Los médicos odian que les dicen cómo decir las cosas”, escribe DeForest y el problema del lenguaje es vital en esta historia plagada de enfermedad y muerte. ¿Cómo explicar la pérdida o narrar el dolor? No existe ningún curso de historia de la negligencia ni de los crímenes médicos en tiempos de guerra o genocidios y aunque gran parte de la medicina sea simplemente aprenderse cómo se llaman las cosas (hidrartrosis de rodilla, vértigo paroxístico o pérdida neurosensorial), los médicos hoy Tienen discursos vacíos. Es que la medicina, el antiguo y noble arte de curar cultivado por Hipócrates y Avicena, se convirtió en un negocio más del ultracapitalismo en el que el riesgo corre por cuenta del paciente cliente y donde se imponen la tecnolatría, la explotación, el afán de lucro o el ansia de prestigio.

 

Un viejo chiste: entra una paciente y se queja de que le duele algo, diez sobre diez y diez es el peor dolor que se pueda imaginar. “Seguro que busca llamar la atención”, le dice el médico. “Sí”, le dice ella: “Atención médica”. Aunque a veces se confunde la cura con la omnipotencia, los médicos deberían escuchar más a los pacientes porque todos somos futuros muertos y nunca es triste la verdad: lo que no tiene es remedio.

 

Publicado en La Nación

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