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Todo lo que un escritor no es

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hace diez años, cuando publiqué mi primer libro, pensé que me había convertido en escritor profesional. Tenía lógica: ese libro fue publicado por una editorial multinacional y me pagaron por haberlo escrito (poquito, muy poquito, apenas el 10 por ciento del precio de tapa y ocho meses más tarde, como a todos los demás). Pero si lo pensé, nunca lo sentí. ¿Escritor profesional? ¿Yo? Ahora entiendo. “El/la escritor/a profesional (de aquí en adelante EP) tiene agente”, es la primera línea de Escritor profesional, el último ensayo de Edgardo Scott y yo no tengo (agente, digo: me represento a mí mismo y así me va). Además, el EP lee poco y mal o directamente no lee. Y se exhibe en internet, opina sobre los temas de actualidad, es progresista, exitoso y vago y tampoco lee poesía.

 

Edgardo Scott enumera un decálogo para reconocer a un “autor” que no tiene memoria ni conciencia política ni toma riesgos o desvíos artísticos.

 

Póngale el nombre que quiera: se le ocurrirán muchos, sobre todo si frecuenta las escasas páginas de cultura de los diarios o si visita habitualmente la red social X (en este momento, un EP postea algo sobre feminismo y otro se queja por el precio de los duraznos). El EP es el monotema de este libro brillante en el que Scott, con un tono “medio zumbón, bastante asertivo y hasta arbitrario”, según su definición, se pone el gremio en contra delatando varias taras de esta época desde la quinta columna (“ puede sonar cursi o arrogante; me da lo mismo, es sincero”). En su taxonomía del profesionalismo, Scott enumera un decálogo para reconocer desde lejos a un EP, una persona que, como se dijo, tiene agente y lee poco o mal, pero que no tiene memoria ni conciencia política ni toma riesgos o desvíos artísticos.

 

Ausente de la televisión, donde los jueves a la noche daba cátedra sobre cualquier cosa en hora clave Mientras Grondona lo miraba arrobado, el EP hoy solo milita las causas del momento en las redes sociales: se muestra comprometido, pero es demagógico (digo yo: es de esos que agregan la banderita de un país ajeno junto a su nombre). Es relativamente joven y no le importa nadie salvo él mismo. Con una ironía demoledora, en Escritor profesional se discuten la exigencia de la visibilidad y el berretín por el autobombo (“¿por qué un escritor aceptaría redactar un pedido de un medio gráfico masivo un texto donde debería exhibir algún trauma o calamidad de su vida pasada, de su pasado, de su ‘ historia personal’?”), el fenomenal fallido de la corrección política, la futilidad de la crítica literaria, el dilema alrededor de la escritura como trabajo y finalmente, un pequeño manifiesto titulado “Contra los escritores”. Allí, Scott recupera la ética del escritor argentino fundada por Roberto Arlt hace noventa años: “Lo hace por la negativa: nos enseña todo lo que un escritor No debe hacer. Ya sabemos todo lo que un escritor no es”.

 

No soy un EP aunque tenga algunas cosas en común (“se ​​indigna cuando comprueba que su literatura no da dinero o no da el dinero suficiente”, dice Scott; vea el primer párrafo). Si es mentira que hoy se lee menos que nunca, porque aunque sea en la pantallita de un teléfono no paramos de leer, el EP no quiere ser leído sino mencionado o, mejor: etiquetado. ¿Leído? ¿Para qué? “El EP prefiere ser admirado, estudiado, elogiado, citado o incluso agraviado, antes de que leído”, concluye Scott: “Prefiere aun ser todo eso sin que nadie toque una sola página”.

 

Publicado en La Nación

 

Foto: Shutterstock

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