
Durante años, muchas personas crecieron sintiéndose fuera de lugar sin saber muy bien por qué. Eran señaladas por ser “demasiado sensibles”, “despistadas”, “intensas” o simplemente “raras”. No sabían que detrás de esas etiquetas existía un término que podía explicar esa experiencia con mucha más empatía y precisión: neurodivergencia.Existen muchas historias reales de quienes, en distintos momentos de su vida, encontraron en esa palabra un espejo y un alivio. No solo les permitió comprenderse mejor, sino también empezar a habitar sus diferencias sin culpa. Hoy, muchas de esas personas encontraron no solo tranquilidad personal, sino también espacios laborales donde esa diferencia empieza a ser vista como un valor. Porque la neurodivergencia no tiene una sola cara, un solo diagnóstico, ni una sola forma de vivirse, y está mucho más presente, e incluso más cerca de lo que solemos imaginar.