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Coffee

Abierto por inventario

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GRAMOuardar o tirar: el gran dilema del acumulador, casi a la altura del mitológico ser o no ser. El músico inglés Jarvis Cocker, cantante del grupo Pulp que tocó en Buenos Aires hace algunas semanas, se propuso vaciar el altillo de su vieja casa en Londres y de la faena surgió. Pop bueno, pop malo, el maravilloso libro recién publicado aquí, con vocación de inventario: él revisa cada uno de los objetos que encuentra (¿guardar o tirar?) como pequeña alegoría de la vida de un chico tímido que en sus cuadernos escolares dibujó el vestuario de su futura banda y confesaba sus deseos de ser escuchados en todo el mundo. El altillo es la excusa tantas veces postergada, una manifestación de la forma en que guardamos cosas, o recuerdos, de manera casi inconsciente ya veces bajo llave.

 

Jarvis Cocker, cantante del grupo Pulp, lanzó un libro sobre los días en que revisó cada uno de los objetos que encontraba en su viejo altillo.

 

El paquete aún intacto de un chicle duro jamás masticado, un juego de ballenitas para el cuello de la camisa, la nave espacial de hojalata que un pibito inglés recibió en una Nochebuena como la de hoy pero hace cincuenta años. Tirar, tirar, guardar. La autoexcavación sirve a Cocker para explicar cómo funciona su proceso creativo (“no en el sentido de autoayuda o de cómo hacerlo”), un tipo particular de genio que se expresa a través de la música pop. A diferencia del acumulador, que junta trastos porque sí, el coleccionista se define por lo que le falta, ese objeto único por el que pagaría lo que no tiene. Acumulador nato, a Cocker no parece preocuparle que el altillo haya preservado la arqueología de su exitosísima banda (las primeras partituras, la camisa preferida para el escenario, el boceto original de logotipo…) aunque no tenga entre sus posesiones el recorte del Tiempos financieros que bautizó la empresa: “Arabicus Pulp” se cotizaba en la sección de materias primas del diario económico y por algún motivo misterioso la palabra pulpa fue un imán para él. “Creo que tiene algo que ver con café”, especula (nota del columnista: sí).

 

Una revista con chistes verdes a la que daba un “uso práctico” a los trece años, la caja metálica de lápices con los que escribieron sus primeras canciones, una cantidad imprecisa de anteojos culos de botella partidos al medio. Guardar, tirar, tirar. La intención era encontrarse con el material en crudo, sin edición ni curaduría: el pop bueno y el pop malo. Para escándalo de Marie Kondo, el criterio de conservación o descarte no tiene que ver con la magia del orden ni con la profunda aversión al cambio que Cocker confiesa. Por un motivo u otro, todos los objetos cuentan. “Porque todos están aquí”, escribe: “Todos existieron. Son la verdad indiscutible”. Cada elemento le permite reconstruir una época de la cultura popular, a la que define como una de las principales fuerzas del mundo contemporáneo, y más que nada: contar su propia historia, “que es básicamente la definición del acto creativo, hasta donde puedo ver”. ”.

 

Miope desde muy niño, Cocker muestra unas doscientas fotografías de las cosas que lo marcaron: con el hermoso diseño gráfico de Julian House, autor de tapas de discotecas de Oasis, Scream y Stereolab, Pop bueno, pop malo es un libro-objeto para atesorar en un altillo junto a cualquier otro cachivache que nos haya moldeado. ¿El mío? Una vieja cafetera de vidrio tipo sifón que mi abuelo usaba en su taller mientras arreglaba televisores. Guardar.

 

Publicado en La Nación

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