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Ser o no ser creativo, esa es la cuestión

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Si el lector me permite el lugar común, preguntaría qué compartir el puente Golden Gate, el Álbum blanco de los Beatles, el GuernicaSanta Sofía, la Esfinge, el transbordador espacial, la autopista, Claro de luna, el Coliseo romano, el destornillador, el iPad y la torta de chocolate: son algunas de las más maravillosas obras creadas por el ser humano. Y esa es la inspiración para El acto de crear, el ensayo recién publicado realizado por Rick Rubin, el legendario productor musical estadounidense. En más de cuatrocientas páginas, sin texto en la contratapa ni en las solapas (las cubiertas lucen apenas un lienzo gris con dos círculos de bordes negros), es uno de los libros más esperados del año: cuando mostré en Instagram que lo estaba leyendo, unos cuantos ansiosos me preguntaron cómo, cuándo, dónde lo había conseguido (tranquilos, ya está en todas las librerías), lo cual delata que “creativo” es una respuesta a la inquietud existencialista que plantea el subtítulo de la obra: “Una manera de ser”.

 

Uno de los libros más esperados del año: Rick Rubin propone que ser creativo es un derecho humano.

 

La creatividad como derecho humano, así lo propone Rubin: “La creatividad no se limita a la creación artística. Todos llevamos a cabo actos creativos a diario”. Es cierto: buscar una solución a un problema, redistribuir los muebles del living o elegir una nueva ruta para evitar un embotellamiento exige un acto de crear. El libro tiene cuatro grandes secciones (“Semilla”, “Experimentación”, “Elaboración” y “Finalización”) y 78 capítulos breves donde se condensan distintas áreas de pensamiento que bucean en el origen de la creatividad. Semiescondido detrás de una barba blanca hirsuta que lo postula como el Patriarca de los Pájaros de Long Beach, Rubin comparte su piedra filosofal: una inmersión al estado casi infantil de la conciencia, ahí donde el asombro es más inocente y uno no piensa en términos de utilidad o supervivencia. Al niño las cosas simplemente se le ocurren.

 

Escrito en segunda persona del singular, el pronombre de la autoayuda, y traducido en una mezcla rara de voseo rioplatense y castellano clásico (“vos tienes”), El acto de crear puede ser revelador si el lector acepta el pacto con el autor, que no enumera los trucos para componer un disco exitoso ni para escribir un bestseller sino que invita a sumergirse en un “reino misterioso”. Mmmm. La meditación se ofrece como la entrada al mundo de las ideas y la salida para el bloqueo paralizador. Con su ánimo introspectivo, la obra de Rubin se emparenta con Atrapa el pez doradoel libro en el que David Lynch propone una zambullida en lo más profundo del subconsciente para pescar a fondo (“las ideas son como los peces”), y con su voluntad por el esfuerzo y la rutina recuerda a Mientras escriboel manual de creatividad literaria en que Stephen King hace propia la máxima de Edison: “Un genio es un 1% de inspiración y un 99% de transpiración”.

 

La canción, el cuento o el dibujo no están ahí afuera: “El material existe oculto en el interior”, escribe Rubin y en el previsible éxito mundial del libro se confirma una exigencia de la época: todos queremos ser creativos. Obligados a inventarnos mediante una narrativa personal, no seremos famosos durante quince minutos, como decía Warhol: somos la obra. Y si no somos no estamos porque, según Rubin, “la verdadera obra del artista es su manera de estar en el mundo”.

 

Publicado en La Nación

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