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Blanca y radiante iba la novia

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¿La cola de un vestido blanco puede barrer y borrar lo más negro de este mundo? Eso pensó Pippa Bacca, la joven artista italiana que tuvo una idea fatal: viajar desde Milán hasta Jerusalén, haciendo dedo por los Balcanes, Bulgaria, Turquía, Siria, Jordania y el Líbano, todos lugares manchados por la guerra, vestida de novia. A Bacca la encontraron muerta con su vestido hecho jirones en un matorral en las afueras de Estambul y cuando la escritora francesa Nathalie Léger se enteró de su muerte empezó una investigación no tan exhaustiva como la de un detective ni tan documentada como la de un periodista, más bien: una exploración sobre la maldad humana.

 

En El vestido blanco, Nathalie Léger narra el final trágico de una artista y se cuestiona el valor de las performances.

 

En El vestido blanco, el libro recién publicado acá, Léger reconstruye los últimos días de Bacca y establece un paralelismo con su propia historia, la de su madre (una mujer grande ya seca de lágrimas por un divorcio traumático), la de la amante de su padre y en definitiva, la de tantas mujeres: con su hábito de novia sin novio, Bacca encontró el mal mientras buscaba el bien. “En una de las etapas de su viaje, un periodista local le había preguntado: ‘¿Para qué hacer dedo?’”, escribe Léger: “Ella había respondido: ‘Es una forma de confiar en el prójimo’. Para demostrar que, cuando confiamos, solo nos pueden hacer el bien”. No es así, claro. Ella se propuso nunca negarse a subir a un auto, amparada por el principio inexorable de que es necesario creer en los demás y que de esa voluntad solo pueden salir cosas buenas, y eso hizo el 31 de marzo de 2008, cuando subió a una camioneta negra manejada por un hombre: “La violó, la mató, escondió su cuerpo, lo enterró a medias entre los arbustos bajos y los robles polvorientos, después volvió a su casa, a su mujer y a sus hijos, volvió a sus pensamientos como si nada, siguió con su pequeña existencia, aboliendo simplemente, sí, simplemente el recuerdo de la chica que acababa de asesinar”.

 

Si es discutible que al arte le corresponda demostrar ninguna cosa, El vestido blanco se plantea el sentido de la performance, una disciplina artística en auge en esta época que exige experiencias inmersivas y emociones fuertes: Bacca iba de novia porque al volver de su viaje quería exponer el vestido polvoriento y decadente que había pasado por las zonas en guerra junto a otro aún impoluto, intocado por la mugre, que guardaba en Milán. Dos vestidos, uno negro y otro blanco. “Basta con que diga que cada uno de sus gestos forma parte de una performance para que lo sean”, escribe Léger, que se cuestiona el sentido de lo hecho, incluso con la culpa de juzgar a la víctima porque Bacca murió por nada, por el deseo de difundir el bien o ni siquiera el bien en sí sino la idea del bien. La artista creyó que el arte sana y repara, pero el arte no sirve para nada: “Lo que me interesa no son sus intenciones, ni la grandeza de su proyecto, ni su candor, ni su gracia, ni su estupidez, sino el hecho de haber querido reparar algo desproporcionado con su viaje y no haberlo logrado”.

 

Blanca y radiante iba la novia: con todo el peso del símbolo (literalmente, un ajuar completo de treinta y cinco kilos que paseó por varios lugares de Europa), Bacca no pudo ser como La Novia de Kill Bill, que escapó con patadas karatecas y efectos especiales de su destino de víctima. A quince años de su muerte, ¿tuvo algún sentido lo que hizo? La propia Léger compara: “¿Acaso me imagino que si yo extrajera del tejido infernal una, dos, diez atrocidades, si escribiera un libro entero sobre los sufrimientos inhumanos que provocan los seres humanos, me acercaría más a la verdadera naturaleza de las masacres, tendría más legitimidad para denunciarlas, sería más eficaz para repararlas?”. Ahí donde sirve para plasmar la belleza y el bien, el arte pierde valor frente a la violencia y el mal. La gesta de Pippa fue puro gesto: su performance mereció apenas unos minutos en el informativo del día que murió, cuando el presentador dijo que ella se había equivocado, que había confundido el arte y la vida, y siguió con otras noticias.

 

Publicado en La Nación

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