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La dictadura del ejercicio fisico

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A A nadie le gusta correr. A todos les gusta haber corrido. Es lo que piensa Serenata, una mujer de sólo sesenta años (“la suya era la primera generación que añadía el ‘solo’ a una cifra que inspiraba respeto”) con las rodillas destrozadas por la artrosis y la autoexigencia: corrió, nadó y anduvo. en bicicleta durante toda su vida. Y ahora que Remington, su sedentario marido, se anota en una maratón, ella estatalla de celos y hace lo posible por boicotearlo: la trama de El movimiento del cuerpo a través del espacio.la nueva novela de Lionel Shriver recién publicada en castellano, empieza como un dilema doméstico, el debate entre una mujer que odia las multitudes y un hombre que se une a los siervos de un rebaño numeroso, y termina como una sátira brutal contra el credo. de esta época, el fitness y la eterna búsqueda del bienestar físico.

 

la novela El movimiento del cuerpo a través del espacio. es una sátira brutal contra el credo de esta época.

 

“Hoy en día, agotarse significa alcanzar cierto grado de santidad”, escribe Shriver, también autora de Tenemos que hablar de Kevin., la novela que se convirtió en bestseller internacional y película inquietante sobre la maternidad de un hijo maléfico. Si en la década del 60, cuando la protagonista Serenata era chica, las familias de clase media se desvivían por “los aparatos que ahorran trabajo” (el horno a microondas o el cuchillo eléctrico) porque se estimaba como un signo de progreso y prosperidad el ahorro de energía personal, ahora se valora el agotamiento como epítome del esfuerzo: el fitness es el undécimo mandamiento y su retórica, una areng de cariz religioso. Basta nomás con mirar las redes sociales de los entrenadores para comprobar cómo su pedagogía sobre la técnica de los ejercicios se conjuga con mensajes inspiradores del tipo “el cielo es el límite”.

 

El ejercicio físico no escapa al mandato de la hiperproductividad: la industria del lomo nos vende chucherías (relojes, chips, aplicaciones) para que midamos el rendimiento en búsqueda de una meta que se aleja, mientras contamos los pasos para superar la marca de ayer o enumeramos escalones como compensación para la indulgencia, sean la pizza o el alfajor. “Los registros personales son una tiranía”, escribe Shriver: “Hoy corrés quince kilómetros y mañana tenés que correr dieciséis, o quince pero más rápido. Y el mismo problema se extiende a otras cosas, no se reduce al atletismo”. Es la era de la medición. es El movimiento del cuerpo a través del espacio., la excorredora artrósica observa con ferocidad la nueva obsesión de su marido, que después del maratón irá por el medio triatlón o el triatlón completo, mientras ella casi no puede moverse por la rigidez de sus rodillas. A los sesenta, y aunque pueda ser cierto que una de las cosas buenas de envejecer sea permitirse la falla o la fatiga, él quiere adquirir una cierta forma física y eso siempre tiene algo de penoso.

 

¡Más grande, más fuerte, más rápido! En el gimnasio, en la pileta o en la pista se exige ser más grande, más fuerte, más rápido. El mito popular de esta generación dice que el cuerpo sólo mejora si se lo usa y que en la exigencia radica la virtud, aunque se alcancen la náusea o el desmayo. En su carrera a la meta, el atleta aspiracional se siente la marca de todas las cosas porque “alguien que hace menos ejercicio que vos es patético y cualquiera que hace más está chiflado”.

 

Publicado en La Nación

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